Clase 1 - “Arte y cultura en
circulación: crear y compartir en tiempos digitales”
Desde hace un tiempo que el punto acerca del autor, la obra,
los derechos sobre la misma y los derechos siempre en polémica de quienes la re-usan,
aun sin su consentimiento, están siendo el punto de debate de acaloradas
discusiones.
Así como nos encontramos con acorazados autores que se
empeñan en proteger a capa y espada a sus “hijos culturales”, detrás del bastión
infalible de la ley, argumentando la propiedad (como si las ideas tuvieran
dueños acaso únicos, cómo si la idea de hoy no fuera un producto de ideas
ajenas anteriores que engendraron su germen), al mismo tiempo los vemos luchar
contra un caudal de desborde generado por las redes, el acceso masivo, y la
apropiación irreverente de quienes toman el recurso, generando algo totalmente nuevo
a partir de su influencia.
Sin embargo, junto a estas luchas, surgen corrientes que van
por todo lo contrario, plataformas y projectos
que van por la reutilización de los materiales y la construcción colectiva. Open Source Cinema y
Popcorn son ejemplos de esto.
Apostando desde su fundamento a facilitar los recursos y las herramientas para
que los productos sean móviles y maleables, reusables y colaborativos. Su
núcleo esta puesto en el remix como base, destituyendo de esta manera la figura
del autor tradicional.
En medio de estas posturas: los pro- derechos y los
pro-autoría colectiva, aparecen productos que nos hacen por lo menos
reflexionar acerca de esto por sus características. Es el caso del corto “Ni
una sola palabra de amor”, dirigido por “el Niño” Rodriguez y creado a partir
de una cinta de mensajes de una grabadora, comprada en algún mercado retro. De
acuerdo a lo que trascendió, alguien habría vendido la grabadora, con la cinta
de mensajes adentro, la que llego a manos de un desconocido que se inspiró en
eso para realizar un montaje en el que le puso cara y expresión al sonido.
A continuación de su difusión y a causa del efecto viral que
tomo, los reales protagonistas de la historia, fueron estrellas por un rato. La prensa local se
largó a la tarea de encontrarlos, y les dio su semana de fama, pasando de
living en móvil, de noticiero de la noche en programa de la tarde.
Entonces aquí cabe preguntarse: quién sería el autor real de
la historia? A priori podemos arriesgar: de la imagen quien la dirige; de las
palabras quien las enuncia. Pero es tan simple? Acaso unas y otras podrían haber
cobrado la misma trascendencia sin la otra? El video hubiera sido tan viral si
no hubiera tenido el trasfondo que conocemos? La discusión cotidiana hubiera
cobrado alguna relevancia de no ser llevada a la pantalla? El límite de
propiedad acerca del objeto cultural bien podría ponerse en cuestionamiento, ya
que si bien podría pensarse en el mismo como “cosa”, las ideas que lo fundan lo
exceden, incluso el sonido que lo acompaña. La clave misma de su éxito es un
elemento ajeno. Desde que lugar puede reclamarse la propiedad? El autor desde
la mirada de Walter Benjamin, con su aura de superioridad y trascendencia, se
queda lejos en esta situación en la que ninguna de las partes puede jactarse de
la totalidad del mérito.
Para seguir con la rueda, que de por si ya genera por lo
menos un minuto de reflexión, a partir de ese video, los usuarios tomaron la imagen
y crearon nuevas versiones aplicando la expresión a diversas situaciones,
reusando el material para un fin diferente. Esta vez no fue el audio, el que sirvió
de base para la construcción, sino la imagen a partir de la cual, surgieron
nuevas expresiones.
El objeto se vuelve cultura en movimiento, ya no es algo estanco e inmóvil, sino que empieza a circular de pc en pc, de mano en mano, cobrando nuevos matices. La historia se repite, esta vez como comedia.
El objeto se vuelve cultura en movimiento, ya no es algo estanco e inmóvil, sino que empieza a circular de pc en pc, de mano en mano, cobrando nuevos matices. La historia se repite, esta vez como comedia.
Muy interesante este caso, en el que podemos observar cómo cambian los códigos de éxito en el marco de la web: la viralidad, la velocidad con la que se hacen nuevas versiones y se comparten, son indicadores nuevos del valor de una obra. Sin embargo, si nos ceñimos a lo que dicen las leyes de derechos de autor, estos serían actos ilícitos. Si se siguiera la ley al pie de la letra, sería imposible que estos fenómenos emergieran y pasaran a ser parte de la cultura popular.
ResponderEliminarLo decis por la produccion del Niño Rodriguez? O por los audios originales? Yo creo que Internet habilita una gran brecha de alguna manera, en la que el terreno de la ley se vuelve un poco difusa. Me refiero a que si el mismo que la produjo, la sube a YouTube con el afan de que sea viralizada y visualizada por miles, no deja de tener un halo de inocencia el pensar que se va a mantener bajo todo el peso de la ley, estando en un medio publico de facil acceso y alta reproductibilidad. El autor sube su obra al canal mismo de la cultura popular. La ley de alguna manera se va quedando atras del movimiento propio de la cultura y los flujos de circulación de las mercancias artísticas, en los que el ecosistema mediático va reconfigurando sus propias reglas y valores...
EliminarComo siempre, muchas gracias por tus comentarios! :)